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🎄Regalos de Navidad: por qué el exceso de juguetes no hace más felices a los niños
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🎄Regalos de Navidad: por qué el exceso de juguetes no hace más felices a los niños

Cada diciembre se repite la escena en todas las casas: llegan los catálogos, los peques nos dicen un montón de cosas que quieren, y a nosotros nos toca empezar a buscar lo que aparece en la carta para que no le falte nada bajo el árbol.

Es más, hay años en los que algún juguete concreto se pone de moda y lo piden tantos peques, que se agota. Y empieza la locura. Recuerdo que, cuando mi mayor era pequeño, se puso de moda La casa de Mickey Mouse. Se agotó en todas las tiendas, y en ebay se podía comprar por el doble o incluso el triple de precio.

¿Hasta qué punto tenemos que lograr todo lo de la carta? ¿Y si precisamente eso, el que no le falte nada, fuera el problema?

Creo que no descubro nada si revelo que somos víctimas del consumo emocional: les compramos cosas para compensar el tiempo que no les dedicamos. Y, sin darnos cuenta, llenamos sus habitaciones… dejando vacío el espacio que realmente importa y deberíamos ocupar: el de la conexión.

Este post es una invitación a pensar en ello. A frenar. A recuperar la sencillez, el juego libre, y a escribir juntos una carta a los Reyes diferente, que no se olvide con el paso del tiempo.

🎁 Cuando más no es mejor: el exceso de juguetes y sus consecuencias 

Es cierto que tenemos maravillosos recuerdos de juguetes de la infancia que, al recibirlos, nos llenaban de felicidad. Se debía a que la mayoría no teníamos muchos juguetes, y los que teníamos eran muchas veces heredados de nuestros hermanos mayores, o compartidos.

Creemos, por ello, que, a más juguetes, más felicidad, pero no es cierto. Llega un momento en que, si tienen demasiados, los valoran y cuidan menos, la alegría de recibirlos es menor y, en el cómputo global, son más infelices.

Y, sin embargo, cada año repetimos la escena: paquetes y más paquetes, tardes enteras envolviéndolos, mucha ilusión por nuestra parte, para darnos cuenta de que su ilusión no es la esperada. Porque se acaban saturando. Porque la sobreestimulación genera frustración, dispersión y, a menudo, desinterés.

 Ojo, no es que no valoren lo que reciben: es que nadie puede disfrutar plenamente del exceso.

De hecho, la ciencia lo confirma. Un estudio de la Universidad de Toledo (2017) observó a un grupo de niños jugando en dos entornos distintos: uno con solo cuatro juguetes, y otro con dieciséis.

El resultado fue claro: cuando tenían menos juguetes, jugaban durante más tiempo, usaban su imaginación y se implicaban de forma más creativa y profunda. Cuando el entorno estaba lleno de opciones, el juego era más superficial y se interrumpía con más frecuencia.

La educadora y autora Nancy Carlson-Paige lo resume así: “El juego libre y creativo es el lenguaje de la infancia. Cuando lo llenamos de cosas, interrumpimos su capacidad natural de imaginar, inventar y conectar con el mundo”.

Y hay una frase del psicólogo y filósofo Erich Fromm que me encanta, porque no solo se puede aplicar a los niños; es válida también para los adultos: «Si no eres feliz con lo que tienes, tampoco lo serás con lo que te falta».

Es una frase que yo tengo siempre muy presente y que creo que podríamos aplicarnos todos, sobre todo en estas fechas en las que confundimos felicidad con acumulación. Y es que el juguete no es el fin: es el medio. Debe ser un canalizador de juego, porque eso es lo que necesitan: tiempo, calma y libertad para explorar y desarrollar su creatividad y su imaginación.

Dicho de otro modo: necesitan menos cosas y más espacio interior para crear sus propios juegos e historias.

🎅Por qué seguimos comprando tantos regalos de Navidad: el consumo emocional de los padres 

Date un paseo en estos días por las grandes superficies y observa: verás carros llenos de juguetes. Hasta arriba. Quizás pienses que en esa familia tienen varios hijos. Y quizás estés en lo cierto, pero no es lo más probable. Cargamos la mayoría con una herida mal diagnosticada y, en consecuencia, mal resuelta.

Si miramos hacia atrás, a nuestra infancia, somos muchos los que pensamos que no estuvo mal, pero que podría haber sido mejor. Que nos faltó algo. Que teníamos un vacío que no sabíamos explicar. Y ahora tampoco sabemos explicarlo, porque creemos que nos faltaron cosas, cuando lo que nos faltó es vínculo y tiempo con nuestros padres. Ratos de juego con mamá y papá.

Así, queremos intentar que la historia no se repita, que no crezcan con ese vacío, y desde el error de diagnóstico, creemos que los juguetes, la ropa, el dinero o las zapatillas del momento evitarán que vuelvan a sentirse así.

Y entonces, cuando nuestros hijos dicen que se aburren, o que no están contentos, o que no son felices, respondemos casi automáticamente: “Con todo lo que tienes, no tienes motivos para quejarte. Ojalá yo hubiera tenido lo mismo que tú”.

Sin darnos cuenta, repetimos el patrón de paternidad ausente que tanto nos dolió. Nosotros no tuvimos a unos padres que jugaran con nosotros, y sin quererlo, volvemos a suplir presencia con regalos.

Trabajamos sin parar para poder comprarles cosas, y cuando estamos en casa intentamos desconectar del mundanal ruido con el scroll de la pantalla, los maratones de series, saliendo a correr o hacer deporte (muy necesario y saludable)…, y acabamos, demasiadas veces, sin tiempo para jugar con ellos.

Y los datos lo confirman. El estudio #JuegaConEllos, realizado en España con más de 500 familias, mostró que casi el 70 % de los padres y madres juega con sus hijos menos de dos horas entre semana, y que la mitad también juega menos de dos horas el fin de semana. Además, casi uno de cada dos reconoce que no juega lo suficiente y señala el trabajo como principal barrera.

Otra investigación de AIJU sobre tiempo de juego en la infancia en España reveló que solo un 10 % de los niños menciona a sus padres como compañeros habituales de juego, a pesar de que la mayoría afirma querer más tiempo para jugar.

No necesitan más juguetes. Te necesitan a ti. Y no es que pases poco tiempo con ellos por falta de amor. Es por costumbre. Por un modelo que nos enseñó que dar amor es, en gran parte, comprar, y no compartir tiempo.

Así que, recuerda: los niños no necesitan una montaña de juguetes, sino unos pocos que se conviertan en herramientas de juego, a poder ser, compartido.

💕Regalos de Navidad que sí importan: conexión, presencia y tiempo en familia 

Si nos paramos a pensar. Si le dedicamos un tiempo a este ejercicio de retrotraernos al pasado y tratamos de rescatar qué fue lo más valioso de nuestra infancia, seguro que no fueron los regalos materiales.

Estoy seguro de que recuerdas con mucho más cariño los momentos que esos juguetes te proporcionaron, y voy más allá: seguro que fueron los instantes compartidos, muchos de ellos, sin juguetes. Los veranos en el camping o en el pueblo, con los niños a los que veíamos de año en año. Las navidades en casa, con la familia. Cuando nos llevaban a ver las luces, a las atracciones en fiesta mayor…

No recordamos qué nos trajeron los Reyes en 1992, pero sí recordamos cómo olía el bizcocho del desayuno, cómo se reía mamá cuando nos hacía cosquillas, o la sensación de quedarnos dormidos en el coche camino de casa, y que papá nos llevaba en brazos hasta la cama.

Porque los mejores regalos no suelen ponerse en estanterías. Son los que se viven. Y los tenéis a vuestro alcance: una tarde de lluvia jugando a cartas o a juegos de mesa, una excursión al bosque, cocinar juntos, leer una historia antes de dormir. No hacen falta grandes planes, solo intención.

Al final, los niños no se sentirán más queridos si reciben más cosas. He visto niños que me han recordado al primo de Harry Potter, Dudley, por comportarse igual: “¿36 regalos? ¡El año pasado fueron 37!”. No os van a querer más por darles más cosas, si todos esos regalos no se acompañan de tardes juntos.

Porque los niños miden el amor en presencia, y no en cosas… aunque a veces los tengamos tan confundidos que crean que sí, que más regalos les hará más felices. ¿Cómo no van a estarlo, si nosotros también lo creemos? Pero no. Es la presencia. Y es en esos momentos, cuando estamos con ellos, compartiendo tiempo significativo, cuando se construyen los recuerdos más duraderos.

🤗La carta a los Reyes Magos que tus hijos recordarán: menos juguetes, más experiencias 

Este año, os propongo hacer algo diferente: escribir la carta a los Reyes con el corazón, no con el catálogo. Podemos incluir, sí, algún regalo material que les ilusione. Pero también podemos abrir la puerta a algo mucho más valioso: los deseos que no se envuelven, los que no caducan, los que construyen recuerdos.

Porque a veces los niños no necesitan enumerar juguetes. A veces solo necesitan escribir:

  • “Tiempo en familia”.
  • “Que mamá vuelva a leer conmigo antes de dormir”.
  • “Viajar a algún sitio bonito”.
  •  “Que papá juegue conmigo en el parque”.

Y si quieren concretar, también está bien: una excursión al bosque, cocinar galletas un domingo, dormir en una tienda de campaña en el salón, ver una película abrazados bajo una manta, leer un libro a capítulos, escribir una carta a los abuelos, o guardar un día sin pantallas para mirar el mundo sin prisa.

Lo importante no es el plan, sino la presencia. No es el lugar, sino con quién estás.

Quizá la carta podría llevar una frase como esta:

“Queridos Reyes Magos, este año quiero tiempo, abrazos y muchas risas con mi familia.”

 Porque en el fondo, los niños lo saben antes que los adultos: los mejores regalos no se compran, se viven.

🙌 Menos cosas, más conexión: el regalo de Navidad que realmente necesitan los niños 

La infancia no necesita una habitación que parezca una juguetería, ni días planificados al milímetro llenos de actividades dirigidas. La infancia necesita amor, atención y calma. Necesita ratitos de mirar el cielo, manos que acompañen, voces que escuchen, ratos de soledad y aburrimiento. Sí, aburrimiento: para poner en marcha la sala de máquinas de la creatividad.

Los niños no recordarán si tuvieron el juguete más caro, pero sí recordarán si mamá o papá (o la otra mamá) estaban ahí cuando más los necesitaban. Recordarán el olor de las tostadas, las risas en el coche, las palabras que les dijimos cuando lloraban, o el abrazo que les sostuvo después de un día difícil. Esos momentos construyen el tipo de hogar que no depende de lo material, sino de la pertenencia.

Como dijo una vez un niño después de perder su casa en un incendio, al ser preguntado por haber perdido su hogar: ”Sí que tenemos un hogar. Lo que no tenemos ahora es casa”. Una frase sencilla, pero tan luminosa que casi duele. Los niños lo tienen claro: el hogar no es un lugar, es un vínculo.

Y, sin embargo, las cifras nos hablan de algo muy distinto. En Reino Unido, un estudio con niños de 10 años encontró que el niño medio posee alrededor de 238 juguetes, pero en su día a día solo juega de verdad con una docena. En Estados Unidos, datos de la industria del juguete señalan que el niño medio recibe unos 70 juguetes nuevos cada año. Nos estamos equivocando.

Es decir, en muchos hogares occidentales los niños crecen rodeados de centenares de juguetes, mientras lo que más necesitan —tiempo, presencia, conexión— no siempre está tan disponible como nos gustaría, como les gustaría. Como necesitan.

Y no, no digo con esto que no haya que hacerles regalos, ni que haya eliminar los juguetes. Es cuestión de darles sentido. De escoger menos, pero mejor. De reducir la cantidad y aumentar la intención. De elegir con cuidado, apostar por materiales respetuosos, por juguetes que inviten al juego libre, y por objetos con alma que no sustituyan el vínculo, sino que lo acompañen.

Porque al final, lo que permanece no son las cosas, sino las vivencias que se convierten en historia familiar. Los juguetes, a veces, se rompen, se pierden, pasan de moda… pero los recuerdos que se construyen juntos no se rompen ni se olvidan. Y como digo a menudo: “Si quieres estar en sus recuerdos del futuro, tendrás que estar en sus vivencias del presente”.


Armando Bastida - Enfermero Pediatrico - Criar con sentido comunArmando Bastida - Enfermero pediátrico

 

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