El valor de equivocarse: cómo crecen los niños cuando les dejamos espacio para fallar
"¿Por qué nos caemos, Bruce? Para aprender a levantarnos."— Alfred a Bruce Wayne, en Batman Begins (Christopher Nolan, 2005)
Equivocarse no es un fracaso ❌. Equivocarse es la oportunidad de aprender, crecer, probar, arriesgar y volver a intentarlo 🌱. Y, sin embargo, como madres y padres, tenemos serios problemas para dar espacio al error (el nuestro y el de nuestros peques) porque lo asociamos con sufrimiento, frustración 😣 o incluso con vergüenza y debilidad.
Conscientes del daño que la mayoría sufrimos de pequeños, ahora muchas madres y padres queremos evitarles cualquier tropiezo 🚫👣, sin darnos cuenta de que, en realidad, esos tropiezos son los que construyen su autonomía, su seguridad y su confianza en sí mismos 💪.

Dicho de otro modo: aprender a equivocarse es fundamental no solo en el desarrollo, sino en la vida 🌍. Por eso, hoy quiero hablar de por qué es tan importante que les dejemos fallar, qué beneficios tiene y cómo podemos acompañar esas equivocaciones de una manera respetuosa y amorosa ❤️ para que no lo vivan mal.
¿Por qué es importante aprender a equivocarse en la etapa infantil? 👶
Si os fijáis, durante los primeros años de vida, los niños atraviesan lo que podríamos llamar una “etapa de ensayo y error constante” 🔄.
Ser capaces de sostener algo con una mano y llevárselo a la boca requiere de varios intentos 🍽️. Aprender a caminar se acompaña de varias caídas y coscorrones 🤕. Empezar a hablar está asociado con un montón de palabras que no son correctas 🗣️. Aún recuerdo cuando uno de mis hijos llamaba “Po” a Pocoyó. Después fue “Pocó”. Luego derivó en “Poyó”, y finalmente añadió la tercera sílaba.
Lo mismo pasa cuando empiezan a relacionarse, a usar una cuchara 🥄, a tratar de vestirse 👕… todo son aprendizajes que requieren muchos intentos, fallos y nuevas estrategias.
Si cada vez que se equivocan corremos a resolverlo todo por ellos, les estamos quitando la oportunidad de experimentar y, atención: de frustrarse 😤.
Y sí, es verdad. Ver a tu hijo o hija luchar con un zapato 👟 que no consigue ponerse, o con una torre de bloques 🧱 que se derrumba una y otra vez, puede provocar un pinchacito en nuestro corazón 💔 que nos dice “Ay, pobrecito, voy a ayudarle”. Pero en ese proceso hay un valor enorme: el de descubrir sus propios recursos, perseverar y encontrar la satisfacción de lograrlo por sí mismos 🌟.

Es solo tratar de hallar el equilibrio entre el “Te soluciono los problemas al instante” y el “Hazlo tú, y si no te sale, te fastidias” (por si os sirve de guía, yo solía usar la frase: “Inténtalo tú. Y si después de intentarlo varias veces no lo consigues, veo cómo puedo ayudarte”).
El error como motor de aprendizaje en la infancia 🚀
En la escuela y en casa 🏫🏡, solemos premiar el resultado correcto: la suma bien hecha ➕, la frase sin faltas ✍️, el dibujo que nos gusta 🎨, la tarea terminada. Y sin embargo, la ciencia del aprendizaje infantil nos dice que lo importante no es tanto el resultado, sino el esfuerzo que el peque ha tenido que aplicar al proceso; y no solo eso, que el error es un motor de aprendizaje más potente que el acierto ⚡.
Cuando un niño se equivoca, su cerebro recibe una señal de alerta que activa nuevas conexiones neuronales 🧠. Aparece el pensamiento divergente y trata de hallar nuevos caminos para lograr el fin buscado. Así, si tiene la posibilidad de volver a intentarlo, la huella de ese proceso queda grabada y el aprendizaje se hace mucho más sólido 🪨.
Por eso es tan importante no ridiculizar ni castigar los errores, sino verlos como parte del camino 🛤️. Un niño que aprende que puede fallar sin consecuencias emocionales negativas es un niño que se atreverá a explorar, a innovar y a dar pasos más grandes en su desarrollo 🚶✨.
"No fracasé, solo descubrí 999 maneras de cómo no hacer una bombilla."
— Thomas Edison 💡
El peso de nuestra propia infancia 🎒
Muchas veces, por no decir todas, la dificultad que tenemos para permitir que nuestros hijos se equivoquen viene de nuestra propia historia. De esas cosas que un día nos metieron, o metimos, en nuestra mochila de vida, y que aún no hemos sanado. Ahí siguen, y sin darnos cuenta, se las pasamos a nuestros hijos, a su mochila.
Cuando nosotros éramos pequeños, permitidme la generalización, el error no se vivía como una oportunidad. Se vivía como un fracaso 😞. Si sacábamos malas notas, nuestros padres se enfadaban o nos castigaban. Si levantábamos la voz, nos acusaban de respondones, de malos, de maleducados, y sí, también nos castigaban. A algunos incluso nos pegaron...
No nos permitieron sentir la emoción de la ira 😡 de manera que aprendiéramos a transitarla. No nos permitieron sentir el miedo tampoco 😨: pues si lo sentíamos, es cierto que nos comprendían en primera instancia, pero cuando su paciencia se agotaba, lo invalidaban con frases como: “Vale ya, que no hay ninguna razón para tener miedo.” Y no nos permitieron sentir la tristeza tampoco 😢, pues si llorábamos nos decían que “Venga, no pasa nada”, y si llorábamos aún más el mensaje era todavía más duro: “Como sigas llorando, te voy a dar una razón para llorar de verdad.”
Ese caldo de cultivo hizo que creciéramos teniendo serias dificultades a la hora de sentir y transitar las emociones desagradables, y con miedo a equivocarnos, viendo el error como algo vergonzoso 🙈, como una debilidad que había que ocultar, a riesgo de enfadar o molestar a nuestros mayores. Y claro, de adultos, nos cuesta mucho reconocer nuestros propios fallos y pedir perdón 🙏, porque nos enseñaron que equivocarse era peligroso.
Por eso, acompañar hoy a nuestros hijos con respeto, permitiendo que se equivoquen, es también un acto de reparación 💞. No solo les damos a ellos un aprendizaje más sano: también nos damos a nosotros la oportunidad de reconciliarnos con nuestras propias heridas de infancia.
Beneficios de dejar que los niños se equivoquen 🌟
Desarrollo de la creatividad y la resolución de problemas 🎨🧩
Cada error abre la puerta a nuevas soluciones. Si un niño se sale de la línea pintando, y quiere evitarlo, se dará cuenta de que tiene que hacerlo más despacio cuando se acerque a las líneas del dibujo. Si al construir una torre de piezas se le cae, aprenderá que debe colocar mejor la base o probará estructuras diferentes.
Mayor confianza y autoestima 💪💖
Cuando un peque logra superar un reto después de varios intentos, la satisfacción es enorme. No porque le haya salido perfecto, sino porque ha sido capaz de hacerlo solo. Esa vivencia de “yo puedo” refuerza la autoestima mucho más que si lo hubiera conseguido a la primera con ayuda.
Aprender a manejar la frustración 😤➡️😊
La frustración es una emoción inevitable. No conseguir lo que uno quiere a la primera genera rabia, tristeza o enfado. Y está bien: aprender a reconocer y manejar esas emociones es parte del crecimiento.
Si como adultos intervenimos siempre para que el niño no se frustre, le estamos robando la oportunidad de entrenar esa tolerancia. Dejarles vivir la frustración en un entorno seguro, con nuestra presencia calmada, les ayuda a desarrollar resiliencia. Hay una frase que yo me repetía siempre cuando tenía la tentación de echar una mano enseguida a mis hijos: “a tolerar la frustración se aprende frustrándose”.
Preparación para futuros retos 🎯
Equivocarse en la infancia es un entrenamiento para la vida. Les prepara para los exámenes que no saldrán perfectos 📚, para las entrevistas de trabajo en las que no siempre serán seleccionados 💼, para las relaciones en las que cometerán errores que tendrán que tratar de reparar 💔➡️💞.
Un niño que entiende que equivocarse no es el fin, sino parte del camino, afrontará el futuro con más fortaleza 🛡️.
Cómo acompañar los errores de los niños con respeto
Validar emociones sin juzgar 😢💬
Cuando tu hijo se frustra porque no consigue algo, lo primero es validar lo que siente: “Veo que estás enfadado porque no te sale”. No hace falta corregir ni minimizar (cuidado con el “No es para tanto”), sino mostrar comprensión. Esa validación es la base para que se sienta seguro incluso en sus errores.
Valorar el esfuerzo más que el resultado 🏅
Si premiamos únicamente los aciertos, el niño aprende que equivocarse es malo. Pero si valoramos el esfuerzo (“¡Me ha gustado mucho ver que no te has rendido!”), le estamos enseñando que lo importante no es hacerlo perfecto, sino atreverse y perseverar.
Dar tiempo y espacio para volver a intentarlo ⏳
Los niños necesitan tiempo. No aprenden a la primera, ni a la segunda. A veces necesitan diez intentos. Y a veces no lograrán jamás aquello que se proponen (o quizás lo consigan en unos años, pero no en unas horas, ni en unos días). Aun así, nuestro papel es darles ese espacio, aunque la prisa del día a día nos empuje a hacerlo por ellos.
Sí, quizá tardes más en salir de casa si dejas que tu hijo intente vestirse solo y ponerse los zapatos 👞. Pero piensa que, al hacerlo, le estás permitiendo adquirir autonomía, autoestima y seguridad en sus posibilidades 🌟.
Ser ejemplo: mostrar que los adultos también se equivocan 🙋♀️🙋♂️
A veces creemos que tenemos que ser perfectos delante de nuestros hijos, pero mostrarles que nosotros también cometemos errores es muy valioso. Decir “Uy, me he equivocado, voy a intentarlo de nuevo” les enseña que el error no es algo de lo que avergonzarse, sino una oportunidad para mejorar 🔄.
Cuando el error se convierte en oportunidad 🌈
En resumen: aprender que equivocarse es normal no es un lujo, es una necesidad. Los errores son los que nos enseñan a levantarnos, a perseverar, a confiar en nosotros mismos 💡.
Como madres y padres, nuestro reto es acompañar esos tropiezos con paciencia, sin adelantarnos, sin ridiculizar, sin castigar 🚫. Solo así nuestros hijos crecerán con la certeza de que equivocarse no significa fracasar, sino seguir aprendiendo 📖.
"El fracaso no es algo a lo que temer, es simplemente la oportunidad de empezar otra vez, pero de forma más inteligente."
— John Dewey ✍️
Así que la próxima vez que tu peque intente algo y no lo consiga, recuerda: no necesita que lo hagas por él, necesita que estés a su lado. Su error es su camino. Y ese camino, aunque lleno de tropiezos 👣, es el que le llevará más lejos 🚀.
